“El amor es muy bonito como para tenerlo escondido en un armario”, Johesmi Alejandro González

El área de Bienestar al aprendiz del Centro de Biotecnología Agropecuaria de Mosquera se unió a la celebración del Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+ con dos actividades virtuales.

Con el propósito de afianzar el trabajo que adelanta la Entidad a través de la política de atención con enfoque pluralista y diferencial, que busca brindar igualdad de oportunidades e inclusión a toda la población que requiera los servicios del SENA, el centro de formación organizó dos charlas con expertos en arte y cultura.

En la primera jornada participó Daniel Galeano, ex instructor de la Entidad por más de 15 años, actualmente es el director del Festival Internacional de Teatro Rosa de Bogotá, y Leonardo Contreras, director del Ballet Folclórico de Norte de Santander. Los dos artistas contaron las experiencias que han tenido con diferentes tipos de población, que aún sienten rechazo por expresar sus diferencias y orientaciones sexuales y solo a través del arte, la danza y el teatro se han podido involucrar.

“Nosotros hemos podido abrir espacios para vincular a personas diversas quienes socialmente son relegadas en los trabajos. El teatro para ellos es como una sublimación porque les permite decir aquello que tanto les cuesta, les permite liberarse y reivindicar sus derechos”, afirmó Galeano.

En la segunda charla participaron funcionarios de la alcaldía de Funza, instructores del área de cultura del centro de formación y el representante de aprendices, Johesmi Alejandro González, quien pertenece a la población LGTBIQ+. En esta oportunidad los temas se centraron en política pública, derechos de las personas diversas, reconocimiento y prevención del maltrato y la discriminación.

“Yo me siento muy agradecido cuando se habilitan estos espacios donde tengo la oportunidad de hablarle a mis compañeros aprendices sobre aceptación, liderazgo y sexualidad desde mi experiencia, y son muchas las preguntas que se generan, lo que me hace pensar que sigue habiendo vacíos y que nuestra responsabilidad es aprender a escuchar. Al finalizar mis intervenciones siempre los invito a sentirse orgullosos de quienes son y de sus verdaderos colores, porque el amor es muy bonito para tenerlo escondido en un armario”, mencionó Johesmi.

Al finalizar cada evento, las psicólogas del centro de formación invitaron a los aprendices a evitar la violencia y los actos discriminatorios. “Nuestra invitación es a que durante su proceso académico busquen la ayuda de los profesionales del centro de formación y a que participen en las actividades que se brindan en el área de bienestar, porque es a través de la unión, del diálogo y de nuestro compromiso social que podemos evitar la violencia, la discriminación y la vulneración de los derechos”, expresó Angie Castillo.

“Cuando se presenta algún tipo de discriminación con alguno de los aprendices, realizamos acompañamiento psicosocial individual a la persona afectada y psicoeducación a los grupos que generaron la discriminación, y se fortalece la red de apoyo de la persona perjudicada”, comentó Angie Castillo, psicóloga del área de Bienestar al aprendiz del SENA Mosquera.

 

 Esta nota se redactó para www.sena.edu.co

Ágata flores y follajes, un sueño hecho realidad

A través del curso complementario Emprendedor en cultivos transitorios de SENA Emprende Rural, Jhon Pineda amplió sus conocimientos técnicos, mejoró los procesos agrícolas y cumplió el sueño de sus padres.

“Ágata flores y follajes empezó con una idea clara: exportar sus productos para que en otros países se conociera la calidad del trabajo realizado por los productores colombianos y hacer felices a las personas que admiran la hermosura de una flor y de una planta ornamental”, manifiesta Jhon Pineda, gerente de Ágata flores y follajes.

De acuerdo con la información suministrada por Jhon, una de las fuentes económicas del municipio de Cachipay es la venta de follajes, los agricultores siembran las plantas ornamentales y se las venden a empresas como Ágata, que a su vez les vende a industrias como Elite Flower. Con algunas comercializadoras ubicadas en La Sabana se convino que ellas cultivaban las flores y los demás los follajes. De esta manera se organizan los buqués que finalmente se exportan.

En Ágata flores y follajes trabajan seis personas de forma directa, sin embargo, el número de proveedores asciende a más de 40 cultivadores, distribuidos en Cachipay y Anolaima. “Una de las cosas que más nos motiva a sacar adelante nuestro proyecto son las personas a las que les podemos dar empleo porque son madres cabeza de hogar y jóvenes que hasta ahora empiezan con su primer trabajo”, enfatiza Jhon.

El valor diferencial de Agata es el color de sus follajes, los pintan conforme la necesidad que tengan las comercializadoras, que de acuerdo con la temporada del año piden colores diferentes. Otro aspecto novedoso es la forma como preparan los terrenos para los cultivos, y esto se debe a la formación que Jhon y su esposa recibieron a través del programa SER.

“En el municipio de Zipacón se dictó un curso con el SENA y muchas personas de la región asistimos. Allí aprendimos a llevar un mejor manejo de nuestros cultivos, qué insecticidas, fungicidas y herbicidas usar en determinado momento; aprendimos a diferenciar los tipos de plagas y enfermedades; a cuidar el medio ambiente, entre muchas otras cosas que nos han servido para producir productos de mejor calidad”.

Jhon y su familia sueñan con que la empresa crezca para poder generar más empleo a las personas de la región y cumplir la demanda que tienen las industrias de las flores. “También sueño con el día en que le venda de forma directa a clientes extranjeros, sé que lo lograré con disciplina”.

En Ágata flores y follajes se cultivan ruscus, eucalipto silver, brillantina, helecho cuero, aralias, gardenia, liriope, entre otras plantas, que son las que realzan los colores de las flores que conforman los buqués que se exportan. 

 

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Granja de generación de energía solar fotovoltaica

El Centro de Biotecnología Agropecuaria inauguró un sistema solar fotovoltaico con 288 paneles que permitirán reducir el consumo energético y disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero.

El evento, que se llevó a cabo bajo los parámetros de bioseguridad implementados por el Gobierno Nacional, contó con la participación del gobernador de Cundinamarca, Nicolás García Bustos, el alcalde de Mosquera, Gian Carlo Gerometta, el director general, Carlos Mario Estrada, la directora regional (e) del SENA Cundinamarca, Leonora Barragán Bedoya y el subdirector del centro, Nelson Gómez Botero.

La nueva infraestructura, instalada sobre pedestales en concreto en un área de 400 metros cuadrados, tuvo una inversión de 805 millones de pesos. Permitirá una disminución en la emisión de 66 toneladas de dióxido de carbono al año y el 33% del consumo energético del centro de formación, lo que representa un ahorro promedio de 7 millones mensuales para la Entidad y por supuesto, para los colombianos.

Con la energía generada en este sistema solar fotovoltaico se beneficiarán varias áreas del centro de formación, entre ellas: las edificaciones de administración, gastronomía. Biblioteca, la sala de instructores, los bloques de aulas A, B y C, y el auditorio. Además, la instalación se convierte en un insumo de formación para aprendices de programas ambientales y cursos complementarios en temas relacionados con electromecánica, energías alternativas, electricidad y electrónica.

El SENA continuará desarrollando acciones sostenibles que le permitan estar a la vanguardia de las grandes compañías que se preocupan por el medio ambiente. El centro de formación quiere convertirse en un referente en diferentes programas ambientales que se constituyan en insumos de formación y garanticen la sostenibilidad.

Este sistema de energía alternativa, amigable con el medio ambiente, no maneja acumuladores ni baterías, sino que la energía se inyecta directamente a la red.

 

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Aprendices del SENA Mosquera: “Queremos que la vaca nos informe constantemente su situación”

Aprendices del semillero de investigación SISPROPEC del SENA Mosquera adelantan un proyecto de automatización de trabajos de campo y uso de herramientas digitales para el sector ganadero en el trópico alto.

A partir de la implementación del proceso de automatización que adelantan los aprendices con asesoría del equipo SENNOVA del centro de formación y en alianza con la empresa SADEP, se crean oportunidades técnicas para el sector ganadero que podrá actuar en tiempo real según las necesidades que presenten los animales y mejorar la sustentabilidad productiva, económica y social del sector.

“Con este proyecto buscamos implementar una ganadería de precisión a partir del uso de herramientas digitales y tecnológicas de última generación, como drones, softwares, sensores ITH (microchips indicadores de temperatura y humedad), GPS, gafas de realidad virtual, cuelleras y aretes de identificación electrónica que permitan disminuir el margen de error en los datos que fueron tomados de forma tradicional”, menciona Laura Sthephania Ávila, aprendiz en etapa productiva del Centro de Biotecnología Agropecuaria.

De acuerdo con los estudios adelantados por los aprendices el proceso de automatización permite monitorear y obtener información en tiempo real de la situación y estado del animal (bovinos y pequeños rumiantes) sin tener que desplazarse al sitio donde este se encuentra. “Podremos saber a qué temperatura se encuentra, cuál es su frecuencia cardiaca y respiratoria, las condiciones corporales, el PH ruminal y el estatus sanitario. Sabremos cuándo a una hembra se le podrá inseminar o programar la atención del parto, en realidad queremos que la vaca nos informe constantemente su situación”, agrega Oscar Lenin Arenas, aprendiz en etapa productiva del CBA.

Además de la información que se obtiene de los animales con los ITH, se podrá evaluar el impacto ambiental que estos generan, porque se monitoreará la huella de carbono y el grado de emisiones de gases efecto invernadero, versus la captura de este por la adopción agroforestal que se implementa en el centro de formación. Por otro lado, mediante el proceso de automatización se podrá conocer la disponibilidad de la oferta forrajera en las praderas y su calidad bromatológica, lo que permitirá generar flujos de rotación, facilitar los programas de fertilización y mejorar los indicadores productivos del sector.

Este proyecto fue presentado a la Fundación RedCOLSI, Red Colombiana de Semilleros de Investigación, donde quedó entre los primeros 800 lugares de 1500 propuestas que se presentaron, ya pasó a la segunda fase en la que presentará una ponencia oficial durante un congreso organizado por la misma fundación.

Dentro del proceso investigativo se encuentran aprendices de los programas pecuarios, especies menores, gestión de empresas pecuarias, producción agropecuaria ecológica y producción ganadera que están en formación o en etapa productiva como es el caso de Oscar Lenin Arenas y Laura Ávila.

 

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No existen limitaciones para formarse en el SENA

Julián David Mejía Castellanos es un joven en situación de discapacidad que inició formación con el SENA hace aproximadamente 10 años en compañía de su madre que también es egresada de la Entidad.

 “Cuando yo me enteré de la situación de mi hijo cambiaron muchas cosas en nuestras vidas, tuve que dejar la empresa donde laboraba para dedicarme a su cuidado y como soy madre soltera tuve que buscar alternativas para subsistir”, expresa Adriana Castellanos Gómez, mamá de Julián.

La artesanía, el tejido y las manualidades que Adriana aprendió a realizar en el SENA se convirtieron en parte de su sustento. “Para mí el SENA ha sido parte fundamental en el desarrollo de nosotros, mi hijo al verme hacer los trabajos que nos dejaban se animó a aprender”.

Desde que Julián ingresó al Centro de Atención a la Discapacidad de Mosquera se ha involucrado en cursos deportivos, es boy scout, juega fútbol, es acólito y acompaña a su madre a las diferentes ferias donde venden los productos artesanales hechos por los dos: gorros, bufandas, guantes, cuellos, chalecos, muñecos y pinturas en madera.

Actualmente las artesanías que hacen Adriana y Julián se pueden encontrar a través de redes sociales, Facebook e Instagram. Las personas interesadas los contactan y ellos hacen los envíos a domicilio.

En Facebook los encuentran como Adriana Castellanos arte con amor, @adrianacastellanosarteconamor y Manualidades creativas el Pibe, @elpibemc; y en Instagram como AdrianaCastellanos ArteconAmor.

“Yo siempre le he inculcado a mi hijo ser independiente, el encierro lo estresa y por eso durante esta época de pandemia juntos hacemos los cursos, eso lo anima bastante, creo que los dos hemos aprendido bastante de las dificultades, valoramos cada momento. Mi propósito es que a él le queden muchas bases para que se desenvuelva solo cuando yo falte”, expresa Adriana.

Julián David Mejía Castellanos tiene 34 años, sabe hacer pizzas, empanadas, galletas, teje y pinta sobre madera. Le encanta hacer chocolatinas para vender en fechas especiales.

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En el SENA de Mosquera creemos en el talento que formamos

Como una forma de reconocer el trabajo voluntario de los aprendices que apoyaron las labores de la granja desde inicios de la pandemia, el centro de formación contrató a nueve de ellos para el cargo de Trabajadores de campo.

“En el Centro de Biotecnología Agropecuaria de Mosquera estamos convencidos de las competencias técnicas y socioemocionales de nuestros aprendices, por eso este año decidimos que nueve de ellos hagan parte de nuestro grupo de contratistas”, Nelson Gómez Botero, subdirector del centro de formación.

Desde marzo del 2020 cuando se anunció la primera cuarentena para prevenir el avance de la COVID-19, quince personas entre aprendices, contratistas y trabajadores oficiales decidieron quedarse de forma voluntaria para cuidar de los animales y los diferentes recursos del centro de formación.

Gracias al compromiso, esfuerzo y experiencia demostrada por los aprendices este año la subdirección del centro determinó que nueve de ellos fueran contratados para seguir apoyando los ambientes pecuarios y agrícolas donde prestaron su labor.

Laura Camila Gutiérrez, tecnóloga del programa Especies menores, es una de las aprendices que apoyó el área de Cunicultura, “mi paso por el SENA ha sido muy significativo, realicé un técnico en Producción pecuaria y me enamoré del campo y los animales. Estoy muy agradecida de que me hayan dado la oportunidad de continuar haciendo lo que amo, lo que me apasiona. Con este trabajo no sólo ayudaré a mi familia, sino que podré continuar creciendo, aprendiendo y formándome”.

“A esta Entidad le debo muchas cosas, pero sobre todo que me hayan permitido realizar mi etapa productiva mientras presté mi servicio como voluntario, hoy me hace muy feliz saber que el amor que le impregné a cada labor que hice como ordeñar, inyectar y cuidar de los animales, se evidenció y dio frutos. Yo siento que el SENA valora las personas, su calidad humana y fortalece nuestras capacidades”, Joan Sebastián Vásquez Quevedo, tecnólogo en Producción pecuaria.

Los aprendices contratados prestarán su servicio durante todo el periodo 2021 en las áreas que le fueron asignadas de acuerdo con su perfil, experiencia y necesidad del centro de formación.

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El fantasma de mi memoria

Que fácil puede ser la muerte cuando es la memoria quien te juega una mala pasada, o al menos eso pensaba cuando desperté en medio de la oscuridad, inmóvil y sin fuerzas para respirar, para moverme o gritar. Que cómo llegué allí es algo que me sigo cuestionando porque no lo recuerdo con exactitud, pero trataré de narrarles aquello que aparece y luego se desvanece en mis pesadillas.

Transcurría el mes de octubre y en la cuadra todos los niños decoraron su casa al estilo de Halloween, murciélagos, fantasmas, brujas, perros de tres cabezas y otras figuras tan originales que seguro fueron producto de una imaginación que despertó en medio del encierro. En mi casa no colocamos ni adornos en Navidad y no sólo porque ahora tengamos un gato travieso, sino porque la creatividad no fluye tan bien en un hogar de contadores y abogados.

Debido al aislamiento que se produjo en la ciudad todo mundo estaba encerrado, sin planes, aburridos y siempre pegados a un computador, a Netflix o a juegos en línea. Todo eso yo también lo hacía, pero llegaba un punto en el que la ansiedad por salir era más fuerte que el razonamiento y fue así como salté las cercas que me privaban de mi libertad.

Ese día corrí como nunca, sin destino, sin compañía, sin un fin más que el de hacer algo diferente y romper la monotonía que me hostigaba. Cuando mis piernas no dieron más y el cansancio me impedía dar algún paso, lo vi al él, ese extraño de rostro angelical que estaba frente a mí ofreciéndome su mano para que recupera mis fuerzas. Toda su vestimenta era negra, excepto su sombreo que era rojo como la sangre.

Le extendí mi mano depositando toda mi confianza en la transparencia que me ofrecía su mirada. Eran tan hermosos sus ojos que nunca pensé que en ellos se depositara tanto misterio y menos, que fueran los ojos de un hombre que no pertenecía a este mundo sino al más allá. Cuando toqué su mano estaba fría, pero era tan suave y olía a café que no noté lo que desaparecía a mi alrededor, las casas, los carros, las personas, el ruido, mi voz. Solo hacía lo que él me ordenaba y decía cuanto él quería escuchar. Caí en un sueño tan profundo que nada de lo que recuerdo puede significar la verdad.

En mi versión de los hechos yo estaba sentada sobre una nube, había música de fondo, luces brillantes, seres extraños bailando y una dama que iba y venía con una copa que rebosaba sangre, yo bebía de esa copa mientras él me miraba o pasaba su mano por mi mejilla para acariciarme. No recuerdo en qué momento cerré los ojos porque al despertar ya no estábamos allí, ahora íbamos dentro de una balsa conducida por alguien que de vez en cuando podía girar por completo su cuello para preguntar el rumbo de nuestro trayecto. Yo no lo conocía, es más, nunca lo pregunté, para mí bastaba que sus ojos no se alejaran de los míos y que sus manos no soltaran las mías.

Estoy segura de que volví a cerrar los ojos porque al despertar en mis manos corrían lombrices, hormigas y arañas; él trataba de quitarlas, pero cada vez eran más. Lo extraño es que no sentía miedo, no sentía nada. Pasamos un túnel demasiado oscuro y sin saber cómo, llegamos a una cueva donde había cientos y cientos de personas cuyos rostros reflejaban luz y luego oscuridad, esa misma oscuridad que cubrió mi memoria porque no recuerdo más, solo que él corría desesperado, mi cadena estaba rota, la cueva inundada y un raro temblor que invadía mi cuerpo.

Cuando desperté y esta vez de verdad, estaba dentro de un ataúd en medio de la nada y sola. Mi cuerpo estaba adolorido y las lágrimas se desprendían de mis ojos sin que yo me diera cuenta. Quería que fuera una pesadilla o tal vez eso es lo que fue, pero aun en medio de la noche me despierto y veo los ojos de aquel extraño que un día me encontré y me hizo conocer el cielo y el infierno a la vez. En ocasiones despierta trato de recordar, de comprobar lo que realmente sucedió cuando salí de casa, y ya no veo su rostro, ya no veo sus ojos ni su sombrero rojo, solo casas, carros, gente y el ruido de mi subconsciente pidiéndome que regrese.

Quizá estuve cerca de la muerte y un ángel me cuido o quizá estuve cerca de la muerte porque ese ángel lo provocó. Cada noche intentó obligar a mi cerebro para que recuerde más y solo regreso a un día del mes de octubre cuando en medio de la cuarentena salí corriendo porque deseaba libertad.

Nano, el viajero del desierto

Nada más agradable que narrar las anécdotas de los viajes y que otros se rían a costas de nuestras vivencias.

Debo confesar que no fue mi idea ir al Desierto de la Tatacoa, yo solo digo sí a cualquier oportunidad que tengo de conocer nuevos lugares sin importar cuál sea. La idea fue de mi compañera de trabajo Nataly que con anterioridad estuvo buscando opciones para viajar.

Después de pensarlo mucho, analizar todos los pro y contra del viaje, de quizás inventar excusas para cambiar de plan, llegó el anhelado día. Se suponía que yo por vivir más cerca del Terminal del sur llegaría primero, pero no contaba con que todos mis vecinos taxistas me dijeran NO puedo, ya estoy comprometido. El hecho es que las dos llegamos tarde, para ser concreta media hora tarde.

Después de siete horas de viaje almorzamos en el terminal de Neiva, que a propósito no es tan grande y no nos brindó muchas opciones. Tuvimos que esperar una hora para que otro carro nos llevara hasta Villavieja y nos advirtieron que allí debíamos coger otro hasta el desierto. Esperar no es tan chévere pero ya no había vuelta atrás, debíamos continuar y esperar que todo haya valido la pena.

Mientras esperábamos que el conductor arrancara hacia el pueblo, Nataly entabló comunicación con un desconocido que le dijo que era médico, pero en realidad más pinta de medico tenía yo. No sabía cómo decirle que no contara todo lo planeado, era un desconocido y si algo he aprendido de mi padre es que hay que desconfiar hasta de la misma sombra.

Como me generaba tanta sospecha, le hice preguntas como: por qué viaja solo, dónde están sus compañeros de trabajo, por qué viajar tan lejos (hasta el desierto eran casi dos horas más) para devolverse al día siguiente. Creo que le incomodaron mis preguntas, sin embargo, tuvimos que compartir con él la tarde que faltaba y parte de la noche porque sus planes cambiaron de un momento a otro, no se quedó donde dijo que se quedaría, no hizo el recorrido que iba a hacer, aunque llevaba su propia comida pagó una cena, ingresó nuevamente al observatorio cuando dijo que no volvería a pagar por lo mismo. El tal médico terminó acompañando a dos periodistas aventuradas en un desierto, caminando a oscuras y sin linterna.

Yo en el fondo estaba un poco nerviosa con el desconocido y más cuando dijo minutos antes de salir en medio de la oscuridad que si le habíamos creído que era médico, que qué tal fuera un pervertido que iba a sonsacarle cerveza a las turistas. Mi malicia indígena no me permitió dejarlo atrás en nuestra caminata nocturna, siempre estuve atenta de que no hiciera ningún movimiento extraño como el que hizo cuando quiso asustarme tocándome una pierna. Me dio tanto coraje que le pegué su madrazo y santo juicio, no volvió a realizar bromas.

Al llegar al hospedaje quería entrar por su cuenta a nuestro camping para sacar su maleta que nos pidió le guardáramos, pero yo lo impedí, me pareció abusivo de su parte y pensé que podría hurgar en nuestras cosas. El médico decepcionado de nuestra aptitud no tuvo de otra que buscar su hamaca y no volvernos a hablar, pero yo seguía con mi intriga, que tal en la noche quisiera sobrepasarse con nosotras. Eso no pasó gracias a Dios, y así como apareció en nuestro camino desapareció al amanecer. Qué cuáles eran sus verdaderas intenciones, no lo sabré, qué si escapaba de un mal día, estaba triste o deprimido, tampoco lo sé, que si me generó zozobra y un poco de angustia, sí, la verdad no quería que nada malo me pasara en el desierto, quería regresar sana y salva a mi casa y no que algún maniático me hiciera daño.

En el estadero creímos por un instante que habría musiquita, quizá un poco de baile y por qué no, una que otra cervecita. Pero para sorpresa nuestra los opitas estaban muy apagados. Todo mundo se acostó, apagaron luces y tuvimos que hacer lo mismo. Nuestros vecinos fueron un poco ruidosos, era una pareja que quizá llevaban poco saliendo y aprovechaban el viaje para formalizar su relación. Esa noche nos enteramos de lo que la novia había hecho con su ex, sus travesuras con amigas, las maldades de otros. Era curioso escuchar que el chico solo decía sí o no, o hacía comentarios cortos. En realidad, creo que no le importaba mucho la conversación, o por el contrario le gustaba tanto la chica que le prestó toda la atención posible sin perder detalles.

Me desperté en varias ocasiones porque el viento soplaba muy fuerte y llegué a pensar que el camping donde dormimos pudiese levantarse, aunque por más flacas que estuviésemos no creo que hubiese pasado, pero una cosa es cuando hay luz y otra en medio de una noche tan oscura. Otras veces pasaba el dueño de la casa con su linterna inspeccionando todo, y en oportunidades se escuchaba que seguían llegando turistas y debían ayudarlos a hospedarse. Tampoco faltó el que pasó gritando “¿tienen trago, no hay baile?”.

Esa noche también descubrí que no soy la única persona que duerme completamente tapada de pies a cabeza sin que se le descubra un solo pelo, Nataly también lo hacía e incluso me hizo recordar a un viejo amigo que me dijo al despertar “oye estaba asustado, pensé que estabas muerta y que encarte”, eso pensé yo cuando me giré y vi solo una sábana tendida en la colchoneta.

En la madrugada desayunamos y salimos rumbo al desierto con la mayoría de quienes se hospedaron en el estadero la Tatacoa.  El guía que nos asignaron realmente no nos enseñó mucho, hablaba más un mudo que él, así que terminamos en plan de fotos y dándole nuestro propio sentido al recorrido.

Creo que nos rindió la travesía o no estuvimos en todos los rincones de la parte roja del desierto porque antes del medio día ya estábamos desocupadas y con ánimos de seguir caminando o bueno, de conocer la otra parte de aquel bosque seco tropical. Para llegar a la parte gris es necesario pagar un mototaxi, ir a caballo, en cicla o cuatrimotos. Los caballos se veían muy delgados y sudados no los elegimos, ir en cicla implicaba un reto de bastante ejercicio en medio del sol ardiente, los cuatrimotos eran costosos y cobraban por hora. La solución, el mototaxi.

Cuando preguntamos al dueño del estadero que a quién nos recomendaba nos nombró a Nano, era la tercera vez que escuchaba el nombre de esta persona. La primera vez fue cuando la señora Diana, dueña del estadero, me envió el contacto para que lo llamara tan pronto llegáramos a Villavieja. La segunda vez, cuando una pareja que se subió de Neiva a Villavieja, nos habló de las cosas que se podían y no hacer en el desierto y cuando le preguntamos por alguien que nos llevara hasta el desierto nos mencionó a Nano. Tenía curiosidad de conocer a este personaje tan popular y querido por las personas que hasta ahora distinguíamos.

Nano es un señor de mediana estatura, de tes morena, con barba y lleva un sombrero de ala larga. Su nombre verdadero es Justiniano Calderón y es quien inauguró Transporte Villa Tatacoa, una asociación compuesta por 22 familias que subsisten del turismo. Un día de trabajo para él inicia a las cinco de la mañana cuando las personas requieren ser trasladadas ya sea al desierto, al Toche, que es un lugar donde hay fincas con cacao, o a las minas que trabajan los barequeros de la región.

Este hombre conocía todo el desierto, mientras nos transportaba hasta la parte gris nos mencionaba el nombre de cada figura que se iba formando con los cambios climáticos. “Esa es una tortuga, el de allá es un cocodrilo que tiene la boca abierta y más adelante hay una iguana” “En el recorrido que van a hacer se van a encontrar con el congreso de los fantasmas y no olviden pedir sus deseos en el valle de los deseos”, este último lugar nunca supimos donde quedaba porque no encontramos las piedras que otros habían colocado.

Nano quería que conociéramos los pozos azufrados o de lodo porque decía que eran muy buenos para la piel, “La deja como la de un bebé”, decía, pero quedaba muy retirado, salía más costoso y no nos sonaba mucho la idea de quedar cochinas como cerdos, así que fuimos a la piscina que en un tiempo fue cien por ciento natural y circulaba el agua cristalina. Pagamos el ingreso sólo para tomarnos la foto con el vestido del baño y asolearnos un poco más. Cuando se fue llenando nos retiramos porque ante todo cuidarnos en tiempos de pandemia era nuestra prioridad.

Eran las dos de la tarde y nuestro único plan por el momento era regresarnos caminando hasta un sitio que nos recomendaron para comprar artesanías, cuando nuevamente apareció Nano. Estaba transportando a una pareja que se dirigía a almorzar a Villavieja y a quienes les había hecho un tour completo por el desierto. Nano no solo conducía su mototaxi, también era guía turístico y luego hablando con él me enteré de que realizaba labores como mecánico automotriz y soldador. “Yo me considero un campesino emprendedor, echado pa´lante. Cuando no hay turistas trabajo como agricultor, le hago a lo que sea” entonces ¿Qué hay de que los opitas son Celios, lochudos, perezosos? “Sí los hay, pero no somos todos, la mayoría somos trabajadores y no nos andamos con ´chichadas´” chichadas significa pendejadas, tontadas.

Después de almorzar con nuestros nuevos amigos de viaje y de comprar algunas cosas para llevar a casa, nos tomamos unas cervecitas para la sed en una tienda donde se encontraban varios residentes viendo el partido de América contra Equidad, si mi memoria no me falla. Hablaban del partido, de cómo le estaba yendo a Millonarios, de la nueva jefe de policía que había llegado al pueblo y quería prohibir la venta de licor, del alcalde, de sus ´wipas´, es decir de sus hijos.

Su dialecto era muy curioso. Tenían un tono de voz muy particular. No decían hola sino ole o hola mijo, no decían espere un momento sino espere tantico. En general fueron muy amables, pero desde mi punto de vista sí tendían a ser muy pausados para realizar las cosas e incluso para dar indicaciones, se tomaban su tiempo, como cuando le preguntamos a un residente que dónde quedaba un restaurante y primero lo visualicé yo antes de que él nos contestara.

El ingreso mayor de los opitas se debe al turismo, por eso es que la pandemia los ha afectado demasiado “Cuando no hay turismo las personas se van como jornaleros a sembrar popoche, yuca o plátano junto al río Magdalena” me contó una residente con quien compartimos el recorrido de regreso a Neiva.

Esa noche no cenamos en el estadero, lo hicimos en un restaurante que queda en el desierto, el plato: salchipapas porque ya no había chivo asado, como tampoco cerveza artesanal, de cactus o de mariguana, nada de lo típico del desierto, por ese lado nos quedamos con las ganas. Al regresar al estadero nos habían corrido nuestro camping porque había llegado más personas a hospedarse y lo harían en hamaca. Revisamos todo y todo cuanto habíamos dejado estaba intacto, la mala costumbre de pensar que en todo lado hay un pillo que hace de las suyas.

Los nuevos turistas esa noche interrumpieron un poco nuestro dormir, había un señor que roncaba demasiado y por más que le llamamos la atención no paraba de molestarnos con su ruido inclemente. Gracias a Dios llovió muy fuerte y el ruido del agua cayendo sobre las tejas de zinc opacaron el ronquido de nuestro vecino huésped. Llovió toda la noche, tanto que al día siguiente varias motos amanecieron en el suelo, sin poderse sacar porque el barro o mejor, la arena, las hacía patinar. El mototaxi de Nano si corría con tranquilidad y fue así como nos devolvió hasta Villavieja para continuar nuestro rumbo de regreso a Bogotá. “Acá siempre las estaremos esperando, este es un sitio de paz, vayan con cuidado y gocen de su vida que aún están muy jóvenes”, fueron las últimas palabras que cruzamos con Nano, el viajero del desierto.

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