
Que fácil puede ser la muerte cuando es la memoria quien te juega una mala pasada, o al menos eso pensaba cuando desperté en medio de la oscuridad, inmóvil y sin fuerzas para respirar, para moverme o gritar. Que cómo llegué allí es algo que me sigo cuestionando porque no lo recuerdo con exactitud, pero trataré de narrarles aquello que aparece y luego se desvanece en mis pesadillas.
Transcurría el mes de octubre y en la cuadra todos los niños decoraron su casa al estilo de Halloween, murciélagos, fantasmas, brujas, perros de tres cabezas y otras figuras tan originales que seguro fueron producto de una imaginación que despertó en medio del encierro. En mi casa no colocamos ni adornos en Navidad y no sólo porque ahora tengamos un gato travieso, sino porque la creatividad no fluye tan bien en un hogar de contadores y abogados.
Debido al aislamiento que se produjo en la ciudad todo mundo estaba encerrado, sin planes, aburridos y siempre pegados a un computador, a Netflix o a juegos en línea. Todo eso yo también lo hacía, pero llegaba un punto en el que la ansiedad por salir era más fuerte que el razonamiento y fue así como salté las cercas que me privaban de mi libertad.
Ese día corrí como nunca, sin destino, sin compañía, sin un fin más que el de hacer algo diferente y romper la monotonía que me hostigaba. Cuando mis piernas no dieron más y el cansancio me impedía dar algún paso, lo vi al él, ese extraño de rostro angelical que estaba frente a mí ofreciéndome su mano para que recupera mis fuerzas. Toda su vestimenta era negra, excepto su sombreo que era rojo como la sangre.
Le extendí mi mano depositando toda mi confianza en la transparencia que me ofrecía su mirada. Eran tan hermosos sus ojos que nunca pensé que en ellos se depositara tanto misterio y menos, que fueran los ojos de un hombre que no pertenecía a este mundo sino al más allá. Cuando toqué su mano estaba fría, pero era tan suave y olía a café que no noté lo que desaparecía a mi alrededor, las casas, los carros, las personas, el ruido, mi voz. Solo hacía lo que él me ordenaba y decía cuanto él quería escuchar. Caí en un sueño tan profundo que nada de lo que recuerdo puede significar la verdad.
En mi versión de los hechos yo estaba sentada sobre una nube, había música de fondo, luces brillantes, seres extraños bailando y una dama que iba y venía con una copa que rebosaba sangre, yo bebía de esa copa mientras él me miraba o pasaba su mano por mi mejilla para acariciarme. No recuerdo en qué momento cerré los ojos porque al despertar ya no estábamos allí, ahora íbamos dentro de una balsa conducida por alguien que de vez en cuando podía girar por completo su cuello para preguntar el rumbo de nuestro trayecto. Yo no lo conocía, es más, nunca lo pregunté, para mí bastaba que sus ojos no se alejaran de los míos y que sus manos no soltaran las mías.
Estoy segura de que volví a cerrar los ojos porque al despertar en mis manos corrían lombrices, hormigas y arañas; él trataba de quitarlas, pero cada vez eran más. Lo extraño es que no sentía miedo, no sentía nada. Pasamos un túnel demasiado oscuro y sin saber cómo, llegamos a una cueva donde había cientos y cientos de personas cuyos rostros reflejaban luz y luego oscuridad, esa misma oscuridad que cubrió mi memoria porque no recuerdo más, solo que él corría desesperado, mi cadena estaba rota, la cueva inundada y un raro temblor que invadía mi cuerpo.
Cuando desperté y esta vez de verdad, estaba dentro de un ataúd en medio de la nada y sola. Mi cuerpo estaba adolorido y las lágrimas se desprendían de mis ojos sin que yo me diera cuenta. Quería que fuera una pesadilla o tal vez eso es lo que fue, pero aun en medio de la noche me despierto y veo los ojos de aquel extraño que un día me encontré y me hizo conocer el cielo y el infierno a la vez. En ocasiones despierta trato de recordar, de comprobar lo que realmente sucedió cuando salí de casa, y ya no veo su rostro, ya no veo sus ojos ni su sombrero rojo, solo casas, carros, gente y el ruido de mi subconsciente pidiéndome que regrese.
Quizá estuve cerca de la muerte y un ángel me cuido o quizá estuve cerca de la muerte porque ese ángel lo provocó. Cada noche intentó obligar a mi cerebro para que recuerde más y solo regreso a un día del mes de octubre cuando en medio de la cuarentena salí corriendo porque deseaba libertad.