Tenemos miedo de morir

Desde que nacemos sabemos que vamos a morir, pero no cuándo ni de qué, y esa es quizá la razón por la que cada día nos aferramos más a la vida y hacemos o creemos en cosas poco razonables. A mi madre le diagnosticaron artrosis, una enfermedad que desgasta las articulaciones y produce un dolor horrible que en ocasiones impide el movimiento. Verla en ese estado nos provocó a mi hermana y a mí demasiada ansiedad, frustración e impotencia, tanto así que la llevamos a cuanto médico nos recomendaron.

La llevamos por medicina tradicional y nos decían que la única solución era operar, la llevamos por medicina natural y le aplicaban inyecciones que le quitaban por un tiempo el dolor, la llevamos a un sobandero y a un médico que podía diagnosticar tan solo con ver la palma de la mano. Este último lugar fue recomendado por varios vecinos de la región que nos contaban sobre las maravillas recibidas gracias a las operaciones mágicas que realizaba este médico en medio de la oscuridad y mientras los pacientes dormían.

Debo confesar que desde un principio no estuve de acuerdo, pero pesaba más en la necesidad de ver a mi madre caminar sin ningún problema. Encontrar el lugar donde la atenderían fue muy fácil, solo nos guiamos por la fila de autos y personas que esperaban su turno para ser atendidos. Ese día me di cuenta de que en este país son muchas las personas que están enfermas y buscan ayuda para continuar con unos minutos más de vida.

La mayoría de las personas que estaban allí eran de avanzada edad, yo creo que superaban los 50 años; unos estaban en muletas, otros se quejaban del estómago, de tos y de diversos dolores en el cuerpo. Los antiguos le recomendaban a los nuevos como nosotras al mejor médico “elija la ficha verde”, “elija la ficha azul”, “yo antes ni podía moverme y míreme ahora, ando como un roble”, “yo he invertido todos mis ahorritos, pero ha valido la pena porque me siento mejor” “con la ayuda de Dios y estos doctores se va a curar, téngalo por seguro”

No supe cómo decirle a mi madre que quería salir de allí, que no creía en nada de lo que decían y que mi fe respecto a esos temas quizá no era tan fuerte. Pero la veía muy convencida, ella quería recibir el tratamiento y escuchar las recomendaciones del tan prestigioso médico, así que mis pensamientos nunca salieron de mi boca.

Después de casi dos horas de espera y de pronto un poco más, por fin llamaron la ficha 14, la que tenía mi madre. No quise acompañarla, preferí que fuera sola, yo me quedé a escuchar todos los dramas de las demás personas y entonces analicé que la gente entre más calamidades tiene se aferra más a la vida. Le teme dejar a sus seres queridos, le teme al dolor, a la soledad del último momento y a la muerte en sí, pero no a que algo salga mal durante la tal operación o a pagar quien sabe cuántas consultas más para que le digan que debe guardar la calma, reposo y estar en total paz y tranquilidad.

Gracias a Dios a mi madre le recetaron algunos medicamentos y la retahíla anterior se la dieron en menos proporción, o bueno, eso fue lo que me contó, porque quién va a guardar tal reposo o permanecer en paz total con este mundo que están tan patas arriba, nadie, ni el que haga más yoga creo yo. Pero ese no es el punto, el punto es que desde mi perspectiva ese tipo de lugares deberían clausurarlos, juegan con la salud y la fe de las personas. Juegan con sus esperanzas, con sus creencias y con sus ilusiones de robarle más tiempo a la vida. Es que, cómo es posible que la gente llegue a pensar que esas cosas son de Dios. Orando yo creo que Dios nos escucha más que creyendo en falsos médicos intermediarios.

Mi madre no volvió a este lugar y creo que fue por lo que vio en mi rostro cuando llegamos allí, ¿o cuando salimos? Hoy siento que quizá fui un poco injusta con todas esas personas, cada quién cree en algo o en alguien y con ello logran muchas cosas, incluso evitar que avancen las enfermedades, pero insisto en que la gente no debe aprovecharse de otra insinuando que con la lectura de la mano conocerá su presente y futuro y que con operaciones sin el uso de un bisturí quedarán sanos.

La muerte nos llegará a todos y nunca estaremos preparados, siempre dolerá la pérdida y no quedará más que resignarnos y orar para que no sea dolorosa ni se sufra tanto.

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