Se preguntarán por qué otra vez hablando de muerte y no es que la desee, la piense o la disfrute, es solo que hace poco perdimos a un familiar y estamos en tiempos de pandemia y todo se ha complicado. En las funerarias solo pueden ingresar siete personas, en la iglesia por silla debe sentarse una persona en cada esquina, en los buses que transportan los familiares, se sienta una persona por puesto.
La muerte de nuestro familiar nos tomó por sorpresa, tuvo tantas luchas en la vida que no creí que una enfermedad se lo llevaría. Su infancia estuvo opacada por la violencia, la venganza; luego por la traición y la cárcel, donde pasó muchos años. Al salir de allí solo quería una oportunidad de recuperar los años perdidos, tener una familia, trabajar para cuidar a los suyos. Pero sus espíritus lo siguieron y lo llevaron a rincones muy apartados de todos.
Cuando nos enteramos de su muerte ninguno se comprometió a ir por su cuerpo, por el contrario, pensamos en reunir dinero para que su esposa fuera a darle cristiana sepultura, fue solo hasta que le dijeron a un primo que si nadie iba a reclamarlo, lo echarían a una fosa común que se decidió pagar lo fuera para que lo trasladaran hasta Bogotá.
Ninguno de sus hermanos pudo darle un último adiós, los dos ya pasan de 60 años y sus hijos no los dejaron salir de casa, solo fuimos algunos primos y otras pocas personas que yo no conocía. El día que fui a su velorio sentí demasiada tristeza por la soledad que se vivía en ese cuarto, me pregunté ¿será tan solo por miedo a la pandemia que ni su propia hija vino?, ¿fue tan mal ser humano que hasta el último instante se le abandona? Yo no conviví con él y quizá lo conocí en un mal momento, pero aun así no le guardaba rencor, ni lo juzgaba porque creo que eso solo lo puede hacer Dios.
Parte de mis sentimientos se los comenté a alguien y me contestó “lo de la soledad, creo que lo dictamina lo que vayas haciendo en la vida, si te rodeaste de otros, fuiste buena persona”. En parte, creo que puede ser cierto, las personas que dejan huella por sus buenos actos son recordadas y lloradas y se extrañan, pero ¿acaso no merecemos siempre una segunda oportunidad?, creo que él debió tenerla, pero Dios le tenía otros planes.
Debo confesar que no quisiera estar tan sola en mi funeral y por eso le ruego a Dios y a la vida que me permitan actuar bien, que mis deseos no pisoteen los deseos de otros y que hasta donde pueda ayude a otros y no solo porque en mi lecho de muerte asistan muchos sino porque siento que así descansaría en paz.
No quisiera que nadie más muriera en medio de la pandemia y menos mis familiares o allegados más cercanos, quiero que estén más tiempo a nuestro lado para que cuando pase el diluvio podamos disfrutar de muchas cosas que nos están siendo negadas. Mientras tanto y este es un consejo para todos, compartamos con los que están a nuestro lado y no permitamos que el tiempo se robe momentos de felicidad.